FUENTEOVEJUNA: Juliana Faesler y el valor de la no representación. O como encauzar la participación nuestra de cada día. Por Juan José Campos En Fuenteovejuna, acción colectiva a partir del texto homónimo de Lope de Vega, bajo la dirección escénica de Juliana Faesler, es una puesta que no deja resquicio a la indifer
encia. Esta segunda propuesta de la Compañía del Instituto Potosino de bellas Artes, cuya dirección general corre a cargo del joven director Marco Vieyra, es una apuesta a recobrar la memoria, a recobrar los espacios y recobrar nuestros cuerpos que ante la violencia han quedado desmembrados en el olvido, en el terror y la angustia cotidiana de un país que en apariencia, ya no sabe qué hacer con sus tantos muertos. Periódicos en la escena que de una u otra manera nos recuerdan nuestros estadíos ante la historia, que durante estos seis años, en este sexenio, se ha escrito con tanta sangre, que la periodicidad de la memoria impresa no se da abasto para abarcar la infinitud de tanto dolor ocasionado. Juliana Faesler (con la colaboración artística y producción de Adriana Bandín), nos confronta con esta puesta en escena que brilla no solo por las vibrantes, que no interpretaciones, sino intervenciones de los tres protagónicos (¿protagónicos?, ¿hasta que punto todos los que somos parte de este convivio brutal, somos los protagónicos cuyas voces son vertidas por los que en escena nos dan voz en la colectividad?) que sin descanso nos llevan de un momento a otro por una anécdota que solo se narra y nos recuerda que aquella violencia del Comendador Fernán Gómez sobre la lastimada población de Fuenteovejuna del siglo XVI nada lejos está de las decisiones de aquellos que detentan el poder y que tanta catástrofe ha causado en el tejido social de nuestro país. Aquí, en este montaje, es el México contemporáneo el que nos ocupa, el que nos absorbe. El que nos hace decir que no nos gusta por medio de Víctor Ortiz (preciso e impecable), de Antonio Retana (poderoso y lúdico) y en particular, de Arely Delgado (sencillamente brillante y exquisita), bailarina y actriz, quien es el pivote, la esencia misma de la Laurencia creada por Lope, quien enfrenta con coraje y tremenda fuerza a pesar de su aparente fragilidad, esta sociedad y a su clase política y su contubernio que vuelve crímenes de estado, que tanto se han ensañado contra las mujeres de nuestro país, ante el “derecho de pernada” que parece socialmente justificar, por ejemplo, la violencia ejercida en los crímenes de las tristemente celebres “Muertas de Juárez”. Los "rafagueos", ese implantado diseño sonoro que tanto el crimen organizado, como los órganos del poder nos han endilgado y que en ellos se han llevado nuestras certezas, nuestra seguridad, son planteados como los sonidos del terror, de la violencia; pero a la par, como los que nos representan, la fiesta, el jolgorio, la identidad en nuestras más profundas raíces que en cada taconeo nos recuerdan dos excelente bailarines: Juan José Parra e Ismael Infante. La cumbre de la acción purgativa es, desde un inicio, aquellos, los involucrados, la colectividad, el pueblo que antes miraba lo que acontecía y que ahora, se decide dar un paso al frente, para ya, exigir su presencia, exigir ser escuchados. Y al arranque del clamor Siciliano de indignación del “Estamos hasta la madre”, se (nos) involucra para no soltarnos ante el dolor que no encuentra consuelo de los accionistas que han dado la voz en el recuperado espacio. Decidirse a tomarlo y sumarse no solo en el dolor, sino en las frases que en la cotidianidad, son capaces de avizorar esperanzas. Niños, mujeres, hombres, ancianos, todos en la escena en el amoroso acto colectivo- individual de amortajar a nuestros muertos y darles nombre entre la multitud; de arrullarlos y darles su último murmullo. Este que se vuelve el canto nacionalista por excelencia, el “México lindo y querido” que fortalece en el canto acompañado, en el decir que es lo que SI NOS GUSTA de ser en estas tierras que no deben perderse en la ignominia. Somos todos más allá de lo que nuestra corrompida clase política ha disgregado. Somos la fuerza de un país ante la barbarie de sus tiranos. Somos la voz que clama justicia por el bien de la nación, donde todos exigimos lo que por derecho nos corresponde, más allá de culpabilizarnos por lo que nunca hemos hecho, de criminalizar nuestras muertes y a nuestros muertos, y por la libertad de alzar la voz al grito de la justicia hasta ahora no brindada. Nos sabemos y nos entregamos. Fuenteovejuna de Juliana Faesler estremece y enternece. Necesario ejercicio de la no representación; ejercicio nacido de los acuerdos de quienes accionan desde su necesidad de gritar un ¡Ya basta! Una gran puesta, sin duda, en esta Muestra Estatal de Teatro.